domingo, 20 de mayo de 2007

JUAN CARLOS I
Juan Carlos de Borbón y Borbón nació en Roma, el 5 de enero de 1938, donde residía la Familia Real española en el exilio, desde que el 14 de abril de 1931 se proclamara la República en España. Es el segundo hijo de los Condes de Barcelona, Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) y María de las Mercedes de Borbón y Orleans (1910-2000). Posteriormente, el joven príncipe residió en Laussane (Suiza) y Estoril (Portugal) hasta que en 1948, cuando tenía 10 años, su padre y el general Franco acordaron, según las Bases institucionales de la Monarquía Española de 1946, que realizara una educación conveniente en España, una etapa de formación universitaria y militar, a la sombra de las autoridades españolas del momento, a la que siguió una serie de prácticas en las principales instituciones del Estado y viajes por España y el exterior para conocer la realidad del momento.
El 14 de mayo de 1962 Juan Carlos de Borbón se casó en Atenas con la primogénita de los reyes de Grecia, la princesa Sofía, de cuyo matrimonio han nacido sus tres hijos, las infantas Elena (1963) y Cristina (1965), y el príncipe heredero, Felipe de Borbón y Grecia (1968). Tras la boda, el nuevo matrimonio se instaló en el Palacio de la Zarzuela, decisión que conllevó algunos roces con su propio padre y Franco. Hasta el momento, D. Juan había intentado mantener a Franco al margen del matrimonio de su hijo al mismo tiempo que deseaba algún tipo de reconocimiento antes de su definitiva instalación en España.
La Ley de Sucesión de 1947 declaraba que España era un Estado constituido en reino, aunque formalmente sin una monarquía y un rey. Esta forma de Estado fue ratificada posteriormente por la Ley de Principios Fundamentales de 1958 y la Ley Orgánica de 1967. El proceso institucional del franquismo establecía una monarquía singular, en la medida que era definida como la monarquía del Movimiento Nacional, con un carácter continuista de sus principios e instituciones. La denominada cuestión sucesoria fue un proceso lentísimo e incierto hasta el último momento, fundamentalmente por dos razones: la existencia de diferencias y divisiones entre los distintos grupos del régimen franquista sobre su forma institucional -monarquía, regencialismo, presidencialismo- y, sobre todo, alrededor de la persona que debía ser el sucesor: Juan Carlos de Borbón, Javier de Borbón Parma, Carlos Hugo de Borbón, Juan de Borbón o incluso el futuro yerno de Franco, Alfonso de Borbón Dampierre que, a su vez era hijo de Jaime, el segundo hijo de Alfonso XIII. El gran temor de Franco era que España tuviera una monarquía liberal, de ahí el control político de la sucesión y de la supervivencia del régimen después de Franco.
El 22 de julio de 1969, las Cortes Españolas designaron a Juan Carlos -nieto de Alfonso XIII e hijo de Juan, su quinto hijo- como sucesor de Francisco Franco, como resultado de una decisión suya y súbita, en la Jefatura del Estado, con el título de rey.
Los últimos años del régimen franquista fueron muy complejos para el futuro monarca ya que tuvo que mantener un equilibrio entre las activas fuerzas opositoras y las estructuras de la dictadura, en un convulso contexto sociopolítico y la creciente presión internacional, cada vez más crítica con el régimen político. El futuro Jefe del Estado mostraba una imagen contradictoria e incluso una incógnita: para unos era un elemento continuista del franquismo y para otros una esperanza de cambio, hacia una democracia. Durante este período, las relaciones entre padre e hijo fueron muy difíciles, especialmente tras el resultado de la escabrosa cuestión sucesoria que había adoptado personalmente Franco, al margen de la legitimidad dinástica de la Corona, depositada en la persona de Juan de Borbón. El padre de Juan Carlos fue el titular de los derechos dinásticos y la Jefatura de la Casa Real Española, por transmisión directa de su padre, el rey Alfonso XIII, hasta que en mayo de 1977 los cedió a su hijo, el rey Juan Carlos, legitimando la sucesión en la Corona española.
Entre el 19 de julio y el 2 de septiembre de 1974, Juan Carlos desempeñó, por primera vez y de forma interina, la Jefatura del Estado por la enfermedad de Franco, que ejercería nuevamente desde el 30 de octubre al 21 de noviembre de 1975. El 22 de noviembre, dos días después del fallecimiento de Franco, las Cortes proclamaron a Juan Carlos como rey y con ello quedaba restaurada la Monarquía tras un paréntesis de 44 años, desde el 14 de abril de 1931.
La transición de la dictadura a la democracia fue un proceso extraordinariamente complejo en el que el rey Juan Carlos tuvo un protagonismo especial, conjuntamente con las fuerzas políticas y la sociedad española que fueron capaces de llegar a un consenso no rupturista, sobre todo durante el período preconstitucional del reinado (1975-1978): se logró transformar el sistema político desde dentro, utilizando su propia legislación y con la ayuda de una parte de su clase política, en la que tuvieron un papel esencial las figuras de Adolfo Suárez y Torcuato Fernández-Miranda, presidentes del Gobierno y de las Cortes, respectivamente. El pacto entre todos fue esencial para suavizar la delicada coyuntura socioeconómica y fruto de este espíritu de acuerdo fueron, por ejemplo, los decisivos
Pactos de la Moncloa (1977). La Ley para la Reforma Política, aprobada por referéndum el 15 de diciembre de 1976, abrió el paso a un período constituyente que elaboró la actual Carta Magna.
La Constitución española de 1978 establece una monarquía parlamentaria y democrática en cuyo título II, dedicado a la Corona, se recogen las prerrogativas apolíticas, representativas y protocolarias del monarca, como Jefe del Estado, árbitro y moderador del funcionamiento de las instituciones, además de la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas. El fracaso del intento de Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 representó un punto de inflexión en el proceso de transición que consolidó definitivamente la democracia española y la imagen del monarca dentro y fuera de España, con numerosos premios y distinciones. Las relaciones internacionales, especialmente con Latinoamérica, además del mundo árabe y los países occidentales, la incorporación a la Unión Europea y la modernización del Estado son los principales aspectos que marcan el reinado de Juan Carlos I.
Desde el inicio del reinado de Juan Carlos I (22 de noviembre de 1975) y hasta el momento, distintas fuerzas políticas -conservadoras, centristas y socialistas- de todo el espectro ideológico, han desempeñado el Gobierno español, con seis presidentes distintos: Carlos Arias Navarro (Movimiento Nacional, 1975-1976), Adolfo Suárez (UCD, 1976-1981), Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD, 1981-1982), Felipe González (PSOE, 1982-1996), José María Aznar (PP, 1996-2004) y José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE, desde marzo de 2004).
ALFONSO XIII

Alfonso XIII nació el 17 de mayo de 1886 en el Palacio Real de Madrid. Como hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, su reinado empezó desde su nacimiento; por ello, su madre ejerció como regente hasta 1902. En 1906 se casó con Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg, con la que tuvo seis hijos: Alfonso, Jaime, Beatriz, Cristina, Juan, al que nombró sucesor de los derechos dinásticos, y Gonzalo.
Desde joven, Alfonso fue educado en la doctrina católica y liberal para ser rey y soldado. En el contexto del alejamiento entre la España oficial y la España real, los intentos de regenerar España tras el desastre de 1898 y la constitución de 1876, el Rey intervenía en asuntos políticos. Además, tuvo que afrontar diversos problemas como las guerras de Marruecos, el movimiento obrero y el nacionalismo vasco y catalán.
El inicio del reinado coincidió con un cambio generacional en los los partidos dinásticos: el conservador Cánovas fue sustituido por Antonio Maura y el liberal Sagasta por José Canalejas.
La neutralidad de España durante la I Guerra Mundial abrió mercados y favoreció el crecimiento económico y la agitación social. La crisis de 1917 junto al nacionalismo catalán, el sindicalismo militar y las huelgas revolucionarias aumentó la descomposición del régimen político que influyó en el fracaso en 1918 de un gobierno nacional formado por miembros de los dos principales partidos. El reajuste económico posterior a la Guerra Mundial, los fracasos militares en Marruecos, las revueltas sociales y los problemas regionales aumentaron las dificultades internas y la debilidad de los gobiernos, que fueron incapaces de afrontar la situación.
El golpe militar de Miguel Primo de Rivera de 1923 fue la solución de fuerza que intentaba solucionar la crisis, con la aprobación del Rey. En un principio, la dictadura fue bien recibida: en 1925 el desembarco de Alhucemas terminó con la guerra de Marruecos; se restableció el orden social y se produjo un desarrollo de las obras públicas. En cambio tras el fracaso de la experiencia primorriverista, el Rey intentó en 1930 restaurar el orden constitucional, pero los partidos republicanos, socialistas y el nacionalismo se unieron contra la monarquía. La victoria electoral de los socialistas y republicanos en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 hizo que el monarca abandonara el país, en un intento de evitar una lucha civil, momentáneamente evitada con la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931.
Alfonso XIII vivió en el exilio diez años, hasta su muerte en 1941, en Roma, donde vivió sus últimos años de vida. En 1980 sus restos mortales se trasladaron al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial (Madrid).
ALFONSO XII
Alfonso XII, nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857, fruto del matrimonio de la reina Isabel II y Francisco de Asís. El triunfo de la Revolución de 1868 le obligó a exiliarse en París, junto al resto de la Familia Real. Durante los años de exilio completó su formación académica y militar en París, Viena y Sandhurst (Inglaterra).
En 1870, su madre abdicó en favor de su hijo Alfonso. Las dificultades internas de la
I República, la prolongación de la guerra con Cuba y el inicio de la tercera guerra carlista hicieron que aumentara el número de partidarios de la causa alfonsina. Tras el golpe de Estado del general Pavía, que acabó con la I República, Cánovas del Castillo restauró la monarquía borbónica, con el apoyo del Ejército, en favor de Alfonso. Con la firma del Manifiesto de Sandhurst (diciembre 1874), el futuro monarca se declaraba partidario de la monarquía parlamentaria. El 29 de ese mismo mes, en Sagunto, el general Martínez Campos proclamó como nuevo Rey de España a Alfonso XII mientras que Cánovas del Castillo se hizo cargo del Gobierno en espera de la llegada del nuevo rey, desde el exilio.
Alfonso XII llegó a Barcelona en enero de 1875 y tres días después a Madrid. Con la restauración monárquica se consolidó un sistema político dominado por el caciquismo de la aristocracia rural y una oligarquía bipartidista: el Partido Conservador, liderado por Cánovas del Castillo, y apoyado por la aristocracia y las clases medias moderadas, se repartía el poder político con el Partido Liberal, liderado por Sagasta, y apoyado por industriales y comerciantes.
Durante el reinado de Alfonso XII, España se mantuvo neutral en el contexto de la política internacional europea; Cánovas argumentaba que los recursos de España se tenían que dedicar a consolidar el nuevo régimen político de la Restauración. Se consiguió terminar con la tercera guerra carlista y el conflicto con Cuba. En el marco de una nueva Constitución,
la de 1876, se tomaron una serie de medidas conducentes a una centralización jurídico-administrativa del Estado.
Alfonso XII se casó en enero de 1878 con su prima María de las Mercedes de Orleans, sobrina de Isabel II y nieta del rey Luis Felipe de Francia. La reina murió seis meses después y al año siguiente Alfonso se volvió a casar con María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria. De este matrimonio nacieron tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y el futuro Alfonso XIII, seis meses después de la muerte de su padre. Alfonso XII murió en El Pardo, víctima de la tuberculosis, el 25 de noviembre de 1885.
ISABEL I


Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes destinos», fue reina de España entre 1833 y 1868, fecha en la que fue destronada por la llamada «Revolución Gloriosa». Su reinado ocupa uno de los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX, caracterizado por los profundos procesos de cambio político que trae consigo la Revolución liberal: el liberalismo político y la consolidación del nuevo Estado de impronta liberal y parlamentaria, junto a las transformaciones socio-económicas que alumbran en España la sociedad y la economía contemporánea.
No cabe duda de que la historia personal de Isabel II, que ocupa 74 años de existencia, está marcada desde su nacimiento por el hecho de ser mujer y por una asombrosa precocidad impuesta por los avatares y las circunstancias que la obligaron a asumir muy tempranamente las responsabilidades que su condición conllevaba: Reina a los tres años, una mayoría de edad forzada por la situación política que dio paso a su reinado personal con tan sólo trece años, un matrimonio obligado e inadecuado a los dieciséis que desembocó en separación apenas transcurridos unos meses y, por último, su destronamiento a los treinta y ocho años, la trágica divisoria en su vida que da paso a los largos años del exilio y el alejamiento de España. Es una historia azarosa, como la época a la que ella dio nombre, que la haría pasar de una imagen positiva al comienzo de su reinado a otra terriblemente negativa a su término. Pasó de gozar de una gran popularidad y cariño entre su pueblo, de ser la enseña de los liberales frente al absolutismo y una especie de símbolo de la libertad y el progreso, a ser condenada y repudiada como la representación misma de la frivolidad, la lujuria y la crueldad, la «deshonra de España», que intentará barrer la revolución de 1868.
El nacimiento de Isabel II: Un trono cuestionado
Isabel II nació el 10 de octubre de 1830, recibiendo en el bautismo los nombres de María Isabel Luisa. El historiador José Luis Comellas la describe como «Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en el que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería o con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes». Hija primogénita del último matrimonio del rey Fernando VII con María Cristina de Borbón, con la que había contraído matrimonio en 1829 tras enviudar de su tercera esposa, María Josefa de Sajonia, su nacimiento plantea el problema sucesorio pues sus derechos dinásticos son cuestionados por su condición de mujer. El heredero al trono había sido hasta ese momento su tío Carlos María Isidro y, tras tres matrimonios de Fernando VII sin descendencia, parecía que era él el llamado a sucederle. Sin embargo, el nuevo matrimonio del rey y el embarazo de la reina abren una nueva posibilidad de sucesión. En marzo de 1830, seis meses antes de su nacimiento, el rey publica la Pragmática Sanción de Carlos IV aprobada por las Cortes de 1789, que dejaba sin efecto el Auto Acordado de 1713 que, a imitación de la Ley Sálica francesa, excluía la sucesión femenina al trono. Se restablecía así el derecho sucesorio tradicional castellano, recogido en Las Partidas, según el cual podían acceder al trono las mujeres en caso de morir el monarca sin descendientes varones.
En virtud de esta disposición, el 14 de octubre de 1830 un Real Decreto hacía pública la voluntad de Fernando al nombrar a su hija princesa de Asturias «por ser mi heredera y legítima sucesora a mi corona mientras Dios no me conceda un hijo varón». Una situación que no se modificará al dar a luz la reina María Cristina a otra niña, la infanta Luisa Fernanda. El evidente deterioro físico del rey hacía improbable que pudiese tener nueva descendencia por lo que quedaba abierto el pleito sucesorio con el rechazo del hermano de Fernando a aceptar la sucesión de su sobrina y el comienzo de toda una intriga palaciega que culminará en el verano de 1832 en los sucesos de La Granja. Aprovechando el deterioro de la salud del monarca, una camarilla de cortesanos y políticos, próximos a Carlos María Isidro, logró con presiones y bajo la amenaza de una guerra civil que Fernando derogase la Pragmática, anulando de nuevo la sucesión femenina.
Sin embargo, el rey se recuperó, restableció otra vez la Pragmática e Isabel fue ratificada por unas Cortes como Princesa de Asturias el 20 de junio de 1833. Pocos meses después moría su padre, dejando a su hija el trono español bajo la regencia de María Cristina. La negativa de Carlos a aceptar, como reina, a su sobrina, desató la primera guerra carlista.

La época de las regencias (1833-1843)
La minoría de edad de Isabel II estuvo ocupada por una doble regencia: la que ostentó su madre María Cristina, reina gobernadora hasta 1840, y la del general Baldomero Espartero hasta 1843. La regencia de María Cristina estuvo marcada por la guerra carlista que la obligó a buscar el apoyo de los liberales moderados frente al pretendiente Carlos. La primera consecuencia de esa transacción fue la concesión del Estatuto Real (1834), una carta otorgada en la que la Corona se reservaba amplios poderes en la vida política. En el contexto de la guerra civil, el triunfo del liberalismo se produjo en 1836 tras el golpe de Estado de los sargentos de La Granja y la llegada al poder de Mendizábal con la desamortización de 1836 y la promulgación de la Constitución de 1837, de carácter progresista. El proceso desamortizador comportó la supresión de órdenes religiosas, la nacionalización de sus bienes y su venta en pública subasta. La Constitución afirmaba el principio de soberanía nacional y la práctica parlamentaria basada en el sufragio censitario y un sistema bicameral: Congreso de los Diputados y Senado. Con ambas reformas, se dio un decisivo impulso hacia el desarrollo capitalista y el liberalismo político, ampliándose la base burguesa del régimen. Sin embargo, la hostilidad de la regente hacia los liberales progresistas y su preferencia por los moderados dieron lugar a un creciente malestar social que alimentó el pronunciamiento de 1840. Con el fin de la guerra y la firma del Convenio de Vergara en agosto de 1839, María Cristina se vio forzada a renunciar a la regencia y se exilió en Francia, dejando abandonadas a sus hijas bajo la tutela de Argüelles y de la condesa de Espoz y Mina. Espartero, héroe de la guerra carlista y jefe del Partido Progresista, asumió entonces la regencia. Durante su mandato, se consolidan las dos corrientes en las que se dividió la «familia» liberal: el Partido Moderado (conservador) y el Partido Progresista (liberal avanzado). Se sofocó un golpe palaciego orquestado por la propia María Cristina y que, al fracasar, significó la ejecución de algunos cabecillas, entre ellos los míticos Montes de Oca y Diego de León. Pero los desaciertos del regente, y de forma especial su poca acertada actuación en la insurrección de Barcelona, originaron su caída en 1843 y la proclamación anticipada de la mayoría de edad de Isabel cuando acababa de cumplir trece años.
En estos primeros años -coinciden todos los biógrafos- dos aspectos fundamentales marcaron la vida de la reina, condicionando su personalidad y trayectoria posterior: la falta de un ambiente familiar y de afectividad materna y la ausencia de una instrucción adecuada y de preparación política para una persona destinada a tan alto fin. Abandonada tempranamente por su madre, que prefería dedicarse a la nueva familia que formó con el duque de Riansares, su relación con ella estuvo marcada, más que por el cariño materno, por la manipulación y el control que María Cristina ejerció siempre sobre Isabel. En el terreno de la instrucción que recibió, se comprueba una educación escasa, descuidada y sujeta a los vaivenes políticos que, como ocurrió en 1841, produjeron el relevo radical del personal de palacio, entre ellos la aya y el preceptor de Isabel. Su nuevo preceptor será Argüelles que, si bien denominó a Isabel la
«alumna de la Libertad», no demostró un excesivo celo en la preparación real, deficiente en lo intelectual y en lo político. Si a esa precariedad en su formación unimos lo prematuro de su mayoría de edad, podremos explicarnos fácilmente la manipulación interesada y partidista a la que fue sometida por su familia, las camarillas cortesanas y determinados políticos, así como sus dificultades para cumplir de forma eficaz las funciones políticas que el sistema constitucional le confería. Como la misma Isabel reconocía en una de las conversaciones que mantuvo en 1902 con Pérez Galdós, el poder le llegó muy pronto y con él la adulación, las manipulaciones y conspiraciones propias de la Corte: «¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo?... Póngase en mi caso...» («La reina Isabel», en Memoranda, p. 22)
El reinado personal de Isabel II: el triunfo del liberalismo moderado
El mismo día del comienzo del reinado efectivo de Isabel II, el Gobierno de Joaquín María López dimitió. Como sustituto fue nombrado Salustiano Olózaga, jefe del Partido Progresista que, acusado de haber forzado a la reina niña para que firmase la disolución de las Cortes contra su voluntad, era destituido a los nueve días. El suceso, como ha señalado Burdiel, debe inscribirse en la lucha de los moderados y María Cristina para hacerse con el poder. Una vez conseguido éste, el Partido Moderado, bajo el liderazgo del general Narváez, dominó la escena política durante los diez años siguientes, dando nombre a la «Década Moderada». En este período se elaboraron la Constitución de 1845, que proclamaba la soberanía compartida y anulaba algunas conquistas del liberalismo progresista, y unas leyes orgánicas de carácter muy restrictivo que sentaron las bases del poder moderado y de la organización política y administrativa del Estado liberal. Se realizó la reforma de la Hacienda y, por el Concordato de 1851, se logró el reconocimiento de la Iglesia a la monarquía isabelina, que aceptó la desamortización efectuada hasta entonces, exigiendo como contrapartida compensaciones económicas y que se paralizase el proceso de venta de bienes nacionales pendientes.
En los inicios de la década una de las cuestiones más controvertidas fue la del matrimonio real que, convertido en razón de Estado con claras implicaciones en las cortes europeas, dio origen a largas y complejas negociaciones diplomáticas para elegir al futuro rey consorte. El 10 de octubre de 1846, el mismo día de su decimosexto cumpleaños, se celebra el enlace de la reina con su primo Francisco de Asís de Borbón, una elección completamente desacertada pero que, como ha puesto de relieve la historiadora Isabel Burdiel, acabó siendo la única candidatura viable dada la presión internacional, sobre todo francesa. El matrimonio fracasó en los primeros meses, abocando a Isabel a la infelicidad que intentó compensar con una intensa y criticada vida amorosa en brazos de varios amantes y favoritos. La reina tuvo once hijos, de los que sólo cuatro llegaron a la edad adulta: Isabel, Alfonso, Pilar y Eulalia. Como ha señalado la profesora Burdiel, desde el comienzo del matrimonio y auspiciada por el rey consorte, se percibió en el ambiente palaciego la influencia de los sectores más conservadores y clericales dando origen a una oscurantista camarilla que, encabezada por los confesores reales, los padres Claret y Fulgencio, y personajes tan estrambóticos como sor Patrocinio, la «monja de las llagas», mediatizaron la actuación real.
El Gobierno moderado se ejerció de forma restrictiva y exclusivista, obligando a los progresistas, marginados del poder a recurrir a la vía insurreccional y a los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar frecuentemente combinado con algaradas callejeras, para forzar un cambio político y acceder al Gobierno. Esta fase se cerró con el Gobierno «tecnócrata» de Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo una amplia labor administrativa y hacendística y el del conde de San Luis. En estos años, la actuación ministerial había sido cada vez más autoritaria y la corrupción se había generalizado con los negocios fáciles y el enriquecimiento rápido de las camarillas próximas al poder y a la soberana.

La revolución de 1854 y el Bienio Progresista
Los problemas derivados de la corrupción y del gobierno de la camarilla, a los que se unía el descontento de los progresistas excluidos del poder, alentaron las críticas de la clase política y favorecieron la actuación revolucionaria. A finales del mes de junio tiene lugar el pronunciamiento de los generales O´Donnell y Dulce. La llamada «Vicalvarada» tenía en principio unos objetivos muy limitados que básicamente se orientaban a corregir las desviaciones políticas y corrupciones de los últimos tiempos y a un mero cambio de Gobierno sin abandonar los presupuestos políticos moderados. Pero la intervención de los progresistas abrió una fase de levantamiento popular que llevó a los sublevados a ampliar su programa. El Manifiesto del Manzanares del 7 de julio de 1854, redactado por Cánovas del Castillo, exigía reformas políticas y unas Cortes Constituyentes para hacer posible una auténtica «regeneración liberal». Se inauguraba una nueva etapa progresista, parca en lo político por su corta duración, un bienio escaso, pero densa en realizaciones de carácter económico. La reina entregó el poder a Espartero y O'Donnell, representantes de la coalición que alentó la revolución, pero la continuidad y estabilidad de este Gobierno mixto era difícil. Se expulsó de España a la reina madre, objeto de las iras populares porque, además de su influencia sobre Isabel, María Cristina y su esposo, el duque de Riansares, habían estado implicados en muchos de los negocios fraudulentos y corruptelas económicas de esos años. Se elaboró una nueva Constitución de inspiración progresista que afirmaba explícitamente la soberanía nacional -la Non nata de 1856- y se aprobaron importantes leyes económicas, fundamentales para el desarrollo del capitalismo español como las leyes de ferrocarriles (1855), bancarias y de sociedades (1856). Se retomó también la desamortización con la promulgación de la Ley de Madoz (1855), que afectaba a los bienes civiles y eclesiásticos, lo que provocó la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Transcurridos dos años desde la revolución, la reina, en palabras de Germán Rueda, se decide a reinar. Recurre a O'Donnell para desplazar a los progresistas del poder y restablecer la Constitución de 1845 suavizada con un Acta adicional. Pero, a continuación, será Narváez quien gobierne durante el bienio 1856-1858. Bajo su mandato se restablecen los parámetros políticos de la etapa moderada anterior con la anulación del Acta adicional y se aprueba la Ley Moyano (1857) que ordena y centraliza la instrucción pública de toda la nación. Se abre entonces un período de alternancia entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista, liderado por el general O'Donnell. Entre 1858 y 1863, será de nuevo este general el protagonista de la vida política con su Unión Liberal, dando paso a un período con cierta calma política caracterizado por una gran prosperidad económica y una intensa actividad en política exterior con la guerra de África (1859-60), la anexión de Santo Domingo (1860-1865) y la intervención en México (1861-1862).

La revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II
Con la caída de O'Donnell en 1863 entramos en la última etapa del reinado de Isabel II marcada claramente por la descomposición del sistema político y la deslegitimación de la Corona. Se sucedieron gobiernos siempre de corte moderado mientras el exclusivismo y el carácter represivo del régimen se acentuaban a medida que la oposición aumentaba y partía cada vez de mayores frentes. Por otra parte, la vida amorosa de la reina y los escándalos de palacio, aireados o utilizados por su propio esposo, Francisco de Asís, y miembros de la camarilla y del Gobierno, contribuyeron notablemente a desprestigiar la imagen de la monarquía. El ambiente político se enrareció todavía mucho más a partir de 1865, con la destitución de Castelar como catedrático de la Universidad y la represión contra los estudiantes en la llamada «Noche de San Daniel», ordenada por Luis González Bravo. El sistema moderado se hundía y arrastraba consigo a la monarquía. Ante el deterioro de la situación política, los progresistas y los demócratas se retraen de la vida política inclinándose una vez más por la vía insurreccional. Un nuevo Gobierno de la Unión Liberal intentó, en último término, atraer de nuevo a los progresistas con una tímida reforma política que ampliaba el censo electoral pero no lo consiguió, como demostraron los intentos de pronunciamiento de Prim en enero de 1866 y del Cuartel de San Gil en el mes de junio de ese mismo año. El retorno de Narváez aceleró los preparativos de la conspiración que se consolidó con la firma del Pacto de Ostende de agosto de 1866, que agrupó también a los demócratas y más tarde, al morir O'Donnell en 1867, a la Unión Liberal. Ya no se trataba de luchar sólo por un relevo gubernamental sino que se exigía el destronamiento de la reina. La conspiración pronto rebasó los círculos militares y contó con una extensa trama civil a través de los clubes y asociaciones progresistas y demócratas. La coincidencia con una coyuntura de crisis económica y de subsistencias y el endurecimiento del régimen dirigido de nuevo por González Bravo, contribuyeron a crear un contexto favorable a la revolución. El 18 de septiembre de 1868, la Armada, surta en la bahía de Cádiz, se pronuncia al grito de «¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!». Tras el triunfo de la revolución, Isabel II, que se encontraba de vacaciones en Guipúzcoa, era destronada y marchaba al exilio en Francia, iniciándose en España un período de seis años, conocido como el Sexenio Democrático, en el que se ensayarán diversas alternativas políticas: una nueva monarquía con Amadeo de Saboya y la Primera República.
Los largos años del exilio
Al conocerse la derrota de las tropas leales en Alcolea, la reina, acompañada por su esposo e hijos, pasaba la frontera francesa siendo acogida por el emperador Napoleón III. Se alojó primero en el castillo de Enrique IV, en Pau, para trasladarse después al palacio de Basilewsky, que más tarde recibirá el nombre de palacio de Castilla, en París. Comenzaban los largos años del exilio, situación en la que permanecerá hasta el final de su vida. Durante treinta años más, Isabel vivirá en París separada de su esposo y retirada de la política activa sin gozar ya de ningún tipo de protagonismo público, tras abdicar en 1870 de sus derechos al trono en favor de su hijo Alfonso, el futuro Alfonso XII. No volvió a España salvo breves y esporádicas estancias pues, tras la restauración de 1874, Cánovas, art ífice del proceso, y su propio hijo, Alfonso XII, consideraron que era preferible para la estabilidad de la monarquía que ella permaneciese fuera del país.
En la mañana del 9 de abril de 1904, en su residencia parisina, fallecía Isabel II por unas complicaciones bronco-pulmonares producidas por una gripe. Sus restos fueron trasladados al Escorial para darles más tarde sepultura en el Panteón de los Reyes. Moría una reina y, como epitafio, podemos citar las hermosas palabras que Pérez Galdós, que la entrevistó poco antes de su muerte, dejó escritas sobre ella:
«El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano».

Pérez Galdós, B. (1906): «La Reina Isabel», en Memoranda, p. 33.
Cronología
1830
Se promulga la Pragmática Sanción que deroga la Ley Sálica.Nacimiento de Isabel II.
1832
Sucesos de La Granja.
1833
Isabel es nombrada princesa de Asturias. Muere Fernando VII. Se inicia la regencia de María Cristina como Reina Gobernadora.El infante Carlos María Isidro es proclamado rey por sus partidarios. Comienza la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
1834
Publicación del Estatuto Real (abril).
1835
Nombramiento de Mendizábal como ministro de Hacienda.Decreto suspendiendo órdenes religiosas masculinas.
1836
Decreto de desamortización de bienes de las órdenes religiosas (febrero).Motín de La Granja y restablecimiento de la Constitución de 1812 (12 de agosto).
1837
Abolición del régimen señorial y el diezmo. Nuevos decretos desamortizadores.Constitución de 1837.
1839
Convenio de Vergara (31 de agosto).
1840
Fin de la Guerra Carlista.Ley de Ayuntamientos.Fin de la regencia de María Cristina (octubre).
1841
Regencia de Espartero.
1842
Protesta en Barcelona contra la reforma arancelaria y bombardeo de la ciudad.
1843
Levantamiento contra Espartero y fin de su Regencia.Isabel II es proclamada mayor de edad con trece años (noviembre).Dimisión de Olózaga acusado de haber presionado a la reina para disolver las Cortes.
1844
Se inicia la Década Moderada de Narváez.
1845
Constitución Moderada.
1846
Boda de Isabel II con Francisco de Asís.
1851
Concordato con la Santa Sede.
1852
Intento de reforma constitucional de Bravo Murillo.Atentado contra Isabel II del cura Martín Merino.
1854
Vicalvarada y Manifiesto del Manzanares (junio y julio): Bienio Progresista.Se funda la Unión Liberal de O'Donnell.
1855
Ley de Desamortización general de Pascual Madoz.Ley general de Ferrocarriles.
1856
Constitución Non nata.Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias.Narváez sustituye a O'Donnell.
1858
O´Donnell forma gobierno con la Unión Liberal.
1859
Guerra de Marruecos.Nace el príncipe Alfonso.
1860
Victoria del general Prim sobre los marroquíes en Castillejos.
1863
Gobierno de Narváez.
1865
Matanza de la Noche de San Daniel (abril).Nuevo gobierno O'Donnell.
1866
Pronunciamientos de Prim y del cuartel de San Gil (enero y junio).Pacto de Ostende (agosto).
1867
Muerte en Biarritz de O'Donnell.
1868
Muerte de Narváez.Revolución de septiembre («La Gloriosa»): Destronamiento y exilio de Isabel II.Gobierno Provisional.
1870
Abdicación de Isabel II en su hijo, el príncipe Alfonso (junio).
1904
Muerte de Isabel II (abril).
FERNANDO VII: 1º Y 2º REINADO.
Fernando VII, el Deseado, nació en El Escorial el 14 de octubre de 1784. Era el tercer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma.
Con la subida al Trono de su padre, en 1788, Fernando era reconocido como príncipe de Asturias por las Cortes.
El canónigo Escoiquiz, principal artífice de la Conspiración de El Escorial, fue durante varios años su preceptor quien le inculcó la desconfianza y un feroz odio a sus padres y a Godoy por manipularlos a su antojo. Su carácter se hizo frío, reservado e impasible a cualquier sentimiento.
En 1802 se casó con María Antonia de Nápoles. Con el tiempo, su esposa le tomó afecto y le hizo afirmar su personalidad. Tras el fallecimiento de la princesa, en 1806, Escoiquiz recuperó toda su influencia sobre Fernando, alentándole en sus conspiraciones, hasta que fue descubierto dando lugar al conocido proceso de El Escorial. Un par de meses más tarde, el Motín de Aranjuez provocó que Godoy fuese destituido y Carlos IV abdicara en su hijo. Así, Fernando VII comenzó a reinar el 19 de marzo de 1808 con la aclamación popular, que no veía en él a un mal hijo sino a una víctima más de Godoy.
En 1808, Napoleón Bonaparte convocó a Fernando VII en Bayona, donde estaba Carlos IV exiliado, para que renunciase a la Corona española. Napoleón nombró rey de España a su hermano José, que reinaría en España como José I hasta 1813, mientras tenía lugar la Guerra de la Independencia.
Durante la Guerra de la Independencia, el Consejo de Regencia reunió, en 1810, las Cortes en Cádiz y se declaró «único y legítimo rey de la nación española a don Fernando VII de Borbón», así como nula y sin efecto la cesión de la Corona a favor de Napoleón. Las derrotas de las tropas francesas, a manos de los españoles, llevaron a la firma del Tratado de Valençay el 11 de diciembre de 1813 por el que la Corona española era restaurada en la persona de Fernando.
Fernando VII regresó a España en 1814. Un grupo de diputados absolutistas le presentó el denominado Manifiesto de los Persas, en el que le aconsejaban la restauración del sistema absolutista y la derogación de la Constitución elaborada en las Cortes de Cádiz de 1812.
En los primeros años de su gobierno tuvo lugar una depuración de afrancesados y liberales. Los pronunciamientos liberales del Ejército obligaron al Rey a jurar la Constitución, poniendo en marcha el llamado Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823) donde se continuó la obra reformista iniciada en 1810: abolición de los privilegios de clase, señoríos, mayorazgos y la Inquisición, se preparó el Código Penal y volvió a estar vigente la Constitución de 1812.
Desde 1822, toda esta política reformista tuvo su respuesta en una contrarrevolución surgida en la Corte, la denominada Regencia de Urgell, apoyada por elementos campesinos y, en el exterior, con la Santa Alianza que, desde el centro de Europa, defendía los derechos de los monarcas absolutos. Al año siguiente se iniciaría la llamada Década Ominosa que consolida el absolutismo como forma de gobierno, coincidiendo con la independencia de la mayoría de las colonias americanas.
El 7 de abril de 1823 entraron en España las tropas francesas mandadas por el Duque de Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, a los que se sumaron tropas realistas españolas. Sin apenas oposición, el absolutismo fue restaurado.
La última etapa del reinado de Fernando VII fue de nuevo absolutista. Se suprimió nuevamente la Constitución y se restablecieron las instituciones existentes en enero de 1820, salvo la Inquisición. Los años finales del reinado se centraron en la cuestión sucesoria: a pesar de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, sólo su última mujer le dio descendientes, dos niñas.
Desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta 1830, cuando el Rey, en su cuarto matrimonio, con María Cristina de Borbón, esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel. En la Corte se formó entonces un grupo que defendía la candidatura al Trono del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, y negaba la legalidad de la Pragmática, publicada en 1830.
En 1832, durante una grave enfermedad del Rey, cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde para que Fernando VII firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la Ley Sálica. Con la mejoría de salud del Rey, el Gobierno, dirigido por Francisco Cea Bermúdez, puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que a la muerte del Rey, el 29 de septiembre de 1833, quedaba, como heredera, su primogénita Isabel, que reinaría con el nombre de Isabel II.
CARLOS IV
Nació el 11 de noviembre de 1748 en Nápoles. Hijo de Carlos III y María Amalia de Sajonia.
Heredó la corona de España a la muerte de su padre, siendo rey desde 1788 a 1808.
El 4 de septiembre de 1765, se celebró en Parma, la boda por poderes entre Carlos Antonio, Carlos IV y María Luisa de Parma.
Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por la política que ejercieron los ministros Floridablanca y el Conde de Aranda, pero a partir de 1793 la dirección del país la tomó el valido del rey, Godoy.
Con Floridablanca como primer ministro afrontó los difíciles días de la Revolución Francesa que atacaba al poder monárquico e intentó mantener los derechos de Luis XVI, pero el temor a una guerra y las presiones de sus enemigos personales, hicieron que el rey decidiera su sustitución por Aranda, defensor de una nueva visión de los acontecimientos y tendente a una convivencia indecisa con la nueva Francia a la que intentó acercarse aprovechando su imagen exterior, pero, contra la que defendía a España de un contagio revolucionario. Toda Europa se alió contra Francia, mientras Aranda pretendía una solución pacifica. Francia se defendió de los ataques comenzando así, en 1793, la Guerra contra la Convención, en la que España participó aliada con Inglaterra.
La guerra supuso la caída de Aranda y la sustitución por Godoy, quien ante los avances territoriales de la República francesa en la Península, y las capitulaciones de ciertos estados europeos ante lo inevitable, optó por abandonar la alianza con Inglaterra y por una paz que cuesta a España media isla de Santo Domingo y la promesa de no tomar represalias contra los afrancesados del País Vasco.
Desde este momento España se vio cada vez más atada a la política francesa lo que fue más evidente con la llegada al poder en Francia de Napoleón y sus ideas expansionistas el enfrentamiento franco-inglés y las consecuentes represalias contra Portugal a las que Godoy contribuyó y que desembocaron en la Guerra de las Naranjas, en 1801, contra Portugal y en el Tratado de Fontainebleau de 1807 mediante el cual España y Francia ocuparían Portugal, que quedaría dividida en tres partes.
Los ejércitos franceses de Junot entraron en Lisboa y la familia real portuguesa huyó a Brasil mientras en España quedaron tropas francesas, en tránsito teórico hacia Portugal, para evitar un desembarco inglés. El desprestigio de Godoy se acrecentó, el príncipe Fernando se alzó contra el gobierno de su padre, al que solicitó que abdicase, produciéndose así el Motín de Aranjuez de marzo de 1808 en el que Carlos IV abdicó y Godoy fue encarcelado.
Carlos pidió a Napoleón que mediara para recuperar el trono que su propio hijo le había usurpado. En Bayona, donde estaba exiliado Carlos IV, y ante el gobernante francés, se reunieron padre e hijo. Napoleón intercedió para que Fernando abdicase de nuevo en su padre, con el que tenía pactada otra abdicación a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte, con la que ambos abdicaron de sus derechos al Trono español, que pasó a manos de José I Bonaparte. Era el 2 de mayo de 1808; la guerra contra la presencia francesa en España había empezado, era la Guerra de Independencia.
Carlos IV estuvo exiliado durante once años y después se fue a Italia en donde, el 19 de enero de 1819, a los setenta años de edad, murió en Nápoles.
CARLOS III
El 20 de enero de 1716, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en el viejo, inmenso y destartalado Alcázar, nacía el niño que con el paso de los años iba a ser investido como rey de España con el nombre de Carlos III. Fruto del matrimonio de Felipe V con su segunda esposa, la parmesana Isabel de Farnesio, mujer de fuerte personalidad y opinión política propia, el nuevo infante venía al mundo con pocas posibilidades de ser proclamado rey de la vasta Monarquía hispana. Su infancia transcurrió dentro de los cánones establecidos por la familia real española para la educación de los infantes. Hasta la edad de los siete años fue confiado al cuidado de las mujeres, siendo su aya la experimentada María Antonia de Salcedo, persona a la que siempre guardó gratamente en su recuerdo. Después tomaron el relevo los hombres, comandados por el duque de San Pedro y un total de catorce personas que iban a conformar el cuarto del infante. El niño "muy rubio, hermoso y blanco" del que nos habla su primer biógrafo coetáneo, el conde de Fernán Núñez, gozó durante su primera infancia de buena salud, amplios cuidados y una enseñanza rutinaria dentro de lo que se estilaba en la corte española. Además de las primeras letras, Carlos recibiría una educación variada propia de quien el día de mañana podía ser un futuro gobernante. Así, la formación religiosa, humanística, idiomática, militar y técnica se combinaría durante años con la cortesana del baile, la música o la equitación para ir forjando la personalidad de un joven de buen y mesurado carácter, solícito a las sugerencias paternas y educado en la convicción de la evidente supremacía de la religión católica. También fue en su más tierna infancia cuando Carlos se aficionó a la caza y a la pesca, pasiones, especialmente la primera, que nunca abandonaría a lo largo de su vida.
Pronto el infante Carlos empezó a entrar en los planes de la diplomacia española y en las cábalas de Isabel de Farnesio, estas últimas destinadas a dar a su primogénito una posición acorde con su rango real. En la política internacional de los gobiernos felipinos, alentada por el irredentismo italiano que anidaba en la Corte madrileña desde que las cláusulas más lesivas del Tratado de Utrecht (1714) habían dejado a España fuera de la península transalpina, Carlos iba a revelarse como una pieza importante. Tras numerosas vicisitudes bélicas y diplomáticas en el complicado cuadro europeo, se presentó la ocasión propicia para que Carlos pudiera alcanzar un sillón de mando en Italia. La misma tuvo lugar con la muerte sin descendencia, en 1731, del duque Antonio de Farnesio, precisamente el día en que Carlos cumplía quince años, lo que propició que el joven infante fuera encauzado hacia los caminos de Italia. Primero se asentaría en los pequeños pero históricos ducados de Toscana, Parma, Plasencia, donde permanecería muy poco tiempo, pues los acontecimientos bélicos derivados de la cuestión sucesoria de Polonia lo condujeron finalmente a ser proclamado rey de las Dos Sicilias el 3 de julio de 1735 en Palermo, contando tan solo con diecinueve años de edad.
Nápoles no fue para Carlos un destino intermedio en espera del gran reino de España. Allí vivió un cuarto de siglo, allí emprendió una política reformista en un complicado país dominado por las clases privilegiadas y allí constituyó, con su amada esposa María Amalia, una familia numerosa de trece hijos, siete mujeres y seis varones. Durante su reinado napolitano, Carlos configuró definitivamente su carácter y su modelo de reinar, siempre ayudado por su consejero personal Bernardo Tanucci y siempre tutelado por sus padres desde Madrid. En términos generales aprendió a ser un rey moderado en la acción de gobierno, un soberano que supo animar una política reformista que sin acabar con todos los problemas que sufría el abigarrado pueblo napolitano y sin menoscabar los poderes esenciales de la nobleza, al menos sí consiguió que el reino se consolidara como tal, que fuera cada vez más italiano y que tuviera una cierta consideración en el concierto internacional.
Cuando ya pensaba que su destino último era Nápoles, la muerte sin descendencia de su hermanastro Fernando VI lo condujo de vuelta a su patria de nacimiento. Carlos cumplió así con unos designios testamentarios que en buena parte él consideraba dictados por la Divina Providencia. Dejando como rey de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y siendo despedido con afecto por el pueblo, embarcó rumbo a Barcelona, donde el calor popular vino a demostrar que las heridas de la Guerra de Sucesión cada vez estaban más cicatrizadas.
El rey que Madrid recibió el 9 de diciembre de 1759, en medio de una incesante lluvia, era un monarca experimentado y maduro, como gobernante y como persona, lo cual representaba una cierta novedad en la historia de España. En estos primeros tiempos madrileños, Carlos vivió una experiencia familiar agradable y otra amarga. La primera se produjo por la designación de su primogénito, el futuro Carlos IV, como heredero de la corona española, sobre lo cual existían algunas dudas dado que había nacido fuera de España. El segundo, fue la desaparición de su esposa, que con la salud quebradiza y con cierta nostalgia napolitana no pudo superar el año de estancia en España. Esta muerte afectó seriamente a Carlos, que ya no volvería a desposarse nunca más pese a algunas insistencias cortesanas.
El monarca que España iba a tener en los próximos treinta años mantendría una misma tónica de comportamiento en su vida personal. Según todos los datos recogidos por sus biógrafos, era una persona tranquila y reflexiva, que sabía combinar la calma y la frialdad con la firmeza y la seguridad en sí mismo. Cumplidor con el deber, fiel a sus amigos íntimos, conservador de cosas y personas, era poco dado a la aventura y no estaba exento de un cierto humor irónico. Dotado de un alto sentido cívico en su acción de gobierno, tenía en la religión la base de su comportamiento moral, lo que le llevaba a sustentar un acusado sentido hacia los otros y una cierta exigencia sobre su propio comportarse, que concebía siempre como un modelo para los demás, fueran sus hijos, sus servidores o sus vasallos.
En cuanto a su apariencia personal, bien puede decirse que no era nada agraciado. Bajo de estatura, delgado y enjuto, de cara alargada, labio inferior prominente, ojos pequeños ligeramente achinados, su enorme nariz resultaba el rasgo más distintivo de toda su figura. A todo ello había que añadir un progresivo ennegrecimiento de su piel a causa de la actividad física de la caza, práctica cinegética que continuadamente realizaba no solo por motivos placenteros, sino como una especie de terapia que él consideraba un preventivo para no caer en el desvarío mental de su padre y de su hermanastro. El retrato con armadura pintado por Rafael Meng confirma los rasgos físicos del Carlos maduro y la pintura de Goya, presentándolo en traje de caza, con una leve sonrisa en los labios entre burlona y bondadosa, lo ha inmortalizado como un rey campechano y poco preocupado por la elegancia en el vestir.
A pesar de residir en la Corte (no realizó ningún viaje fuera de los Sitios Reales), era un mal cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época. No le divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era metódica y rutinaria, algo sosa para lo que su posición privilegiada le hubiera permitido. Se despertaba a las seis de la mañana, rezaba un cuarto de hora, se lavaba, vestía y tomaba el chocolate siempre en la misma jícara mientras conversaba con los médicos. Después oía misa, pasaba a ver a sus hijos y a las ocho de la mañana despachaba asuntos políticos en privado hasta las once, hora en la que se dedicaba a recibir las visitas de sus ministros o del cuerpo diplomático. Tras comer en público con rutina y frugalidad - en verano dormía la siesta pero no en invierno - invariablemente salía por las tardes a cazar hasta que anochecía. Vuelto a palacio departía con la familia, volvía a ocuparse de los asuntos políticos y a veces jugaba un rato a las cartas antes de cenar, casi siempre el mismo tipo de alimentos. Después venía el rezo y el descanso. A diferencia de otras cortes europeas del momento, la carolina se comportó siempre con una evidente austeridad. Quizá esta vida rutinaria fue en parte la que le permitió ser un rey con excelente salud, pues salvo el sarampión de pequeño no tuvo importantes achaques hasta semanas antes de su muerte.
Carlos fue un rey muy devoto, con un sentido providencialista de la vida ciertamente acusado. Su pensamiento, su lenguaje y sus actos estuvieron siempre impregnados por la religión católica. Aunque no puede decirse que fuera un beato, resultó desde luego un creyente fervoroso, con gran devoción por la Inmaculada Concepción y por San Jenaro (patrón de Nápoles). De misa y rezo diarios, era un hombre preocupado por actuar según los dictados de la Iglesia para conseguir así la eterna salvación de su alma, asunto que consideraba de prioritario interés en su vida. Esta profunda religiosidad, sin embargo, no fue obstáculo para dejar bien sentado que, en el concierto temporal, el soberano era el único al que todos los súbditos debían obedecer, incluidos los eclesiásticos.
Estaba profundamente convencido de la necesidad de practicar su oficio de rey absoluto al modo y manera que reclamaban los tiempos. Cualquier opinión acerca de que era un mero testaferro de sus ministros deber ser condenada al saco de los asertos sin fundamentos. Él era quien elegía a sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y si bien tenía querencia por mantenerlos durante largo tiempo en sus responsabilidades, no dudaba tampoco en cambiarlos cuando la coyuntura política así se lo daba a entender. Lo que sí hacía era trasladarles la tarea concreta de gobierno. Una labor para la que requería ministros fieles y eficaces, técnicamente dotados y con claridad política suficiente como para comprender que todo el poder que detentaban procedía directa y exclusivamente de su real persona. Escuchaba mucho y a muchos, era difícil de engañar y los asuntos realmente importantes los decidía personalmente. Su correspondencia con Tanucci y los testimonios de grandes personajes del siglo atestiguan que podía pasarse una parte del día cazando, pero que los principales asuntos de Estado solía llevarlos en primera persona y con conocimiento de causa. Carlos siempre mantuvo el timón de la nave española y siempre fue él quien fijó su rumbo. Así lo pudieron constatar personajes políticos de la talla de Wall, Grimaldi, Esquilache, Campomanes, Floridablanca o Aranda, entre otros.
Comandando estos hombres, y con la experiencia siempre presente de lo que había acometido ya en Italia, trazó un plan reformista heredado en gran parte de sus antecesores, un plan que buscaba favorecer el cambio gradual y pacífico de aquellos aspectos de la vida nacional que impedían que España funcionara adecuadamente en un contexto internacional en el que la lucha por el dominio y conservación de las colonias resultaba un objetivo prioritario de buena parte de las grandes potencias europeas, en especial de Inglaterra, que fue la mayor enemiga de Carlos debido a sus aspiraciones sobre los territorios españoles en América. Una política de cambios moderados y graduales en la economía, en la sociedad o en la cultura, que no tenía como meta última la de finiquitar el sistema imperante, que Carlos consideraba básicamente adecuado, sino dar a la Monarquía un mejor tono que le permitiera ser más competitiva en el marco internacional y mejorar su vida interna, fines ambos que eran vasos comunicantes en el pensamiento carolino. Así pues, Carlos fue un actor principalísimo, el "nervio de la reforma", en la continuidad del regeneracionismo inaugurado por su dinastía desde las primeras décadas del siglo: no se inventó la reforma de España, pero estuvo sinceramente al frente de la misma durante la mayor parte de su reinado. Sin ser un intelectual, su educación le llevó a la profunda creencia de que el más alto sentido del deber de un monarca era engrandecer la Monarquía y mejorar la vida de su pueblo. Y ese profundo convencimiento lo animaría a liderar una renovación del país a través de una práctica a medio camino entre el idealismo moderado y el pragmatismo político.
Como es natural, la edad fue mermando en Carlos sus ímpetus de gobierno. En los últimos años de su vida, su progresiva pérdida de facultades lo condujeron a delegar cada vez más la tarea de gobernar en manos del conde de Floridablanca, que llegó a convertirse en su verdadero primer ministro. Tras cincuenta años de reinado, entre Nápoles y España, aunque no perdía el hilo de las cuestiones fundamentales, el rey fue comprendiendo que ya no era el de antes. De hecho, en el crepúsculo de su vida, se encontró bastante solo. Ya no tenía esposa, la mayoría de sus hermanos habían muerto, las relaciones con su otrora fraternal hermano Luis eran precarias, las que mantenía con su hijo Carlos, el futuro heredero, no eran demasiado fluidas, y sin duda resultaban tensas las existentes con su hijo Fernando, rey de Nápoles. Además, en 1783, había muerto su viejo amigo Tanucci y cinco años más tarde el mazazo de la muerte de su querido hijo Gabriel y de su esposa fue el principio del fin para Carlos: "Murió Gabriel, poco puedo yo vivir", anunció con cierta premonición. Y, en efecto, Carlos no se equivocaba. Aquel iba a ser su último invierno. Tras una breve enfermedad, el 14 de diciembre de 1788, fallecía sin aspavienteos, sin espectáculo, con sobriedad, y sin locura alguna, lo que debió ser para él un íntimo alivio.
Desde luego, el reformismo moderado que siempre practicó en política no sirvió para arreglar definitivamente los profundos problemas que albergaban los dos reinos que tuvo que gobernar. No fueron pocas, incluso, las contradicciones existentes en la política carolina en parte propiciadas por el carácter y el ideario real y en parte por un mundo cambiante que se debatía entre lo nuevo y lo viejo, entre la fuerza de las innovaciones y el peso de la tradición. En el caso de España, no todas las enfermedades estaban sanadas cuando desapareció, pero, como ocurrió en Nápoles treinta años antes, bien puede decirse que su salud era mejor que al principio de su reinado. Al menos, en España pudo cumplir con lo que fue una de sus promesas más queridas: que nadie extirpara del cuerpo de la Monarquía ninguna de sus partes. En el complicado intento de mantener y renovar una Monarquía instalada en el Viejo y el Nuevo Mundo, bien puede afirmarse que Carlos III se apuntó más logros en su haber que deficiencias en su debe.
FERNANDO VI
Fernando VI, el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en Madrid, tercer hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya.
Fue jurado príncipe de Asturias en 1724. Cinco años más tarde se casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de la archiduquesa Mariana de Austria.
En 1746 heredó el trono español a la muerte de su padre. Fernando no era un hombre de gran talento, pero tenia las cualidades necesarias para ser un buen monarca: rectitud de carácter, sentido de dignidad y saber escoger a sus colaboradores. Su política fue la de sus ministros, muy eficaces y con programas reformistas de gobierno como el marqués de la Ensenada, -partidario de la alianza francesa-, que ejerció varias secretarías; José de Carvajal, -partidario de la unión con Inglaterra-, como secretario de Estado; o el jesuita Francisco Rávago como confesor real.
Su reinado se caracterizó por el mantenimiento de la paz y la neutralidad frente a Francia e Inglaterra, mientras ambas intentaban la alianza con España. Esta situación fue aprovechada por el marqués de la Ensenada para proseguir los esfuerzos de reconstrucción interna iniciados en el reinado de Felipe V. En 1754 este equipo de gobierno desapareció con la muerte de Carvajal y con el alejamiento motivado del marqués de la Ensenada, y la desposesión del confesionario regio del padre Rávago.
El gobierno posterior, encabezado por Ricardo Wall, más anglófilo, se encaminó hacia la ruptura de la neutralidad anterior.
En el interior del país se fomentó la construcción naval para la Armada, la construcción de caminos, canales y puertos.
Fernando VI siguió en la línea de fomento de la cultura iniciada por sus antecesores, con medidas que posibilitaron la penetración de la Ilustración y la ruptura definitiva del aislamiento en que estuvo sumida España desde 1559. Prueba de ello, fue, entre otras, la fundación de la Academia de San Fernando de Bellas Artes en 1752.
La política americana era muy productiva en sus aportaciones al tesoro del reino. Pero este equilibrio se vio amenazado debido a una expedición de portugueses que se asentaron en la colonia de Sacramento, al norte del río de la Plata, poniendo en peligro el comercio y la seguridad de la zona. Para solucionar este problema con Portugal, Carvajal negoció un cambio de posesiones para llegar a un acuerdo pacífico, reflejado en el Tratado de Madrid de 1750, según el cual los portugueses cedían la colonia del Sacramento, pero a cambio se cedían territorios cercanos donde estaban asentadas varias reducciones jesuíticas de los indios guaraníes que tenían que ser deportados a otros lugares y eran hostiles a ser dominados por Portugal, estableciendo los límites geográficos de ambos países en aquellas colonias.. Las resistencias de los indios y ciertos informes de algunos jesuitas con este motivo de las reducciones prestarían argumentos contrarios a la Compañía de Jesús a la hora de su expulsión. Ensenada acudió a Carlos, futuro Carlos III, para que protestase ante su hermanastro cancelándose el tratado de límites, pero esta maniobra supuso la caída de Ensenada.
Por otra parte, el regalismo alcanzó pleno éxito en el Concordato de 1753 con los Estados Pontificios, beneficioso para el control de la Iglesia puesto que atribuía al rey el patronato universal.
El último año de su vida, y a consecuencia de la muerte de Carvajal, de la reina y el destierro de Ensenada sumieron al rey en la locura, siendo recluido en Villaviciosa de Odón, Madrid. Con una España sin rey y una administración paralizada, la monarquía siguió funcionando hasta que llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para hacerse cargo del trono una vez que falleció FernandoVI, sin descendientes, el 10 de agosto de 1759, con cuarenta y cinco años de edad y trece de reinado.
LUIS I
Luis I, el Bien Amado, primer Borbón nacido en España, vio la luz el 25 de agosto de 1707 en el palacio del Buen Retiro. Hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya. A los siete años de edad quedó huérfano de madre y una rígida tutela a cargo de la princesa de Ursinos y del desamor de su madrasta, Isabel de Farnesio, hicieron que su infancia fuera triste y desgraciada.
En 1709 fue proclamado príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia.
Felipe V abdicó inesperadamente, en enero de 1724, en su hijo Luis, cuando éste contaba con diecisiete años, inexperto y no preparado para reinar.
A pesar de que su padre seguía sus movimientos desde el Palacio de la Granja de San Ildefonso, Luis se rodeó durante su escaso reinado de una serie de tutores que intentaban separarlo de la influencia paterna dando un giro a su política, despreocupándose de la recuperación de las posesiones italianas perdidas en la guerra de sucesión y centrándose más en América y el Atlántico.
Pero la política de Luis I quedó inédita, ya que el 31 de agosto murió de viruelas, a los siete meses de subir al trono. Felipe V asumió entonces por segunda vez el gobierno de la corona española.
Su cuerpo recibió sepultura en el Panteón de los Reyes del monasterio de El Escorial.
FELIPE V: 1º Y 2º REINADO.
Felipe V, duque de Anjou, también conocido como el Animoso, nació el 19 de diciembre de 1683 en Versalles. Su abuelo fue el rey francés Luis XIV y sus padres el Gran Delfín de Francia, Luis y María Ana Victoria de Baviera.
Heredó el trono español al morir Carlos II (último monarca de la casa de Austria o Habsburgo en España) sin descendencia y nombrarlo éste como heredero a su muerte en 1700, convirtiéndose así en el primer Borbón de la línea dinástica española con la condición de que la nueva dinastía no podría jamás unirse con la francesa. En 1701 juró como rey de España ante las Cortes castellanas.
Este nombramiento no agradó a los Austrias que veían con derechos más legítimos para el trono al archiduque Carlos, lo que provocó un enfrentamiento entre el rey de Francia, Luis XIV, el emperador de Austria y los países aliados de ambos bandos. Esta llamada guerra de Sucesión de España terminó con los Tratados de Utrech en 1713 y con el de Rastadt al año siguiente, en los que se reconocía a Felipe como rey de España pero a cambio se perdieron los territorios europeos en Italia que pasaron y en los Países Bajos que pasaron al Imperio y a Saboya respectivamente, se cedía Menorca y Gibraltar a Gran Bretaña y se entregó a Portugal la colonia del Sacramento.
Hasta mediados de la segunda década del XVIII, la política de Felipe V estuvo muy marcada por la influencia francesa a través de Orry y de la princesa de los Ursinos. Bajo su reinado se inició la renovación de la cultura en España, en ciencias, literatura, filosofía, arte, política, religión y economía. En 1712 aún no acabada la guerra de Sucesión, se fundó la Biblioteca Nacional; un año después, se creaba la Academia de la Lengua y, más tarde, las de Medicina, Historia... todas ellas a imitación de las Academias francesas
En política interior se ocupó de la creación de secretarías y de intendencias así como de llevar a cabo una centralización y unificación administrativa con los Decretos de Nueva Planta, aboliendo los fueros aragoneses y valencianos
Tras la muerte de su primera esposa, María Luisa de Saboya, Felipe contrajo de nuevo matrimonio en 1714 con Isabel de Farnesio, que le dio siete hijos: entre ellos el que sería Carlos III, y Felipe, duque de Parma. El nuevo matrimonio supuso un cambio del influjo francés por el italiano, realizando a partir de entonces una política que solicitaba una revisión de lo pactado en Utrech y la recuperación de los territorios italianos. El Cardenal Alberoni dirigió en un primer momento esta política reivindicatoria, pero la Cuádruple Alianza integrada por Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y el Imperio, puso fin a estos intentos. Se fracasó asimismo en los intentos por recuperar Menorca y Gibraltar.
En enero de 1724, Felipe V abdicó de forma inesperada en su hijo Luis, primogénito de su primer matrimonio con María Luisa de Saboya, pero tras la temprana muerte de Luis I, en agosto del mismo año, Felipe volvió a reinar España.
Este segundo reinado de Felipe V supuso un cambio en la política anterior a su abdicación, con miras más españolas que italianizantes y rodeándose de ministros españoles. Entre ellos, José Patiño, político, diplomático y economista; José del Campillo, hacendista; y, luego, el marqués de la Ensenada, gran político y magnífico planificador de la economía.
La alianza familiar con Francia a través de los Pactos de Familia hizo que el ejército español ayudara al francés en las guerras de Sucesión polaca y austriaca, y posibilitó que el hijo mayor de Isabel de Farnesio, Carlos, se convirtiera en rey de Nápoles y Sicilia, llegando a ser también más tarde rey de España como Carlos III; y el otro, Felipe, en duque de Parma, Plasencia y Guastalla.
El 9 de julio de 1746, Felipe V murió en Madrid, sucediéndole en el trono su hijo Fernando VI. Por expreso deseo del monarca, su cuerpo fue enterrado en el palacio de la Granja de San Ildefonso.
LOS BORBONES:
-Felipe V: *1ºReinado.
*2ºReinado.
-Luis I.
-Fernando VI.
-Carlos III.
-Carlos IV.
-Fernando VI: *1º Reinado.
*2ºReinado.
-Isabel I.
-Alfonso XII.
-Alfonso XIII.
-Juan Carlos I.







CARLOS II
Carlos II, llamado también el Hechizado, nació el 6 de noviembre de 1661. Era hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria. A la muerte de su padre heredó todas las posesiones de los Austrias españoles, entre ellas Sicilia. Fue rey de España de 1665 a 1700. De constitución enfermiza, débil y de poca capacidad mental, hasta 1675 ejerció la regencia su madre, quien confió el gobierno a validos, al jesuita alemán Nithard hasta 1669 y a Fernando de Valenzuela. De 1677 a 1679 gobernó Juan José de Austria, enemigo de la reina madre, y posteriormente, hasta 1685, el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa.
A la edad de 18 años Carlos II se casó en primeras nupcias con María Luisa de Orleans, hija del Duque Felipe de Orleans, hermano de Luis XIV y de Enriqueta Ana de Inglaterra. Diez años más tarde murió la reina y en 1690 tuvo lugar el segundo matrimonio del monarca con Mariana de Neoburgo, hija del elector Felipe Guillermo del Palatinado, Duque de Neoburgo. Carlos II no tuvo descendencia con ninguna de sus dos mujeres, dando lugar al problema sucesorio que trajo como consecuencia el final de la dinastía de los Austrias españoles.
La desastrosa situación económica y la crisis política y social heredadas del reinado de su padre Felipe IV unida a la ineficacia e incapacidad de los gobernantes acrecentaron la crítica situación de España y en especial de Castilla dando lugar a una serie de devaluaciones monetarias que alcanzaron el culmen con la deflación de la moneda de vellón en 1680 y la posterior caída de la actividad económica. En nada contribuyeron a mejorar esta situación los validos encargados del gobierno, sólo el Conde de Oropesa realizó una política firme de reducción de impuestos y contención del gasto público. La vida del país se caracterizó por una crisis económica endémica, aunque en Aragón y la zona del mediterráneo se produjo un movimiento de recuperación. La crisis interna del reinado de Carlos II había ido propiciando la descentralización de los territorios de la Corona de Aragón mediante un programa neoforalista y el desarrollo de las estructuras económicas, aprovechando para ello su posición geográfica y sus recursos naturales.
Durante su reinado tuvieron lugar dos guerras contra Francia, En 1684 en Ratisbona se firmó una tregua de veinte años con Francia, tregua que fue rota en 1690 al concluirse una alianza entre España, Inglaterra, los Países Bajos y el Imperio dando lugar a un tercer enfrentamiento bélico que duraría hasta 1697. Los ejércitos franceses ocuparon una serie de plazas catalanas e incluso se apoderaron de Barcelona en 1697 En esta tercera guerra contra el vecino país, España intervino en las filas de la Liga de Ausburgo, junto al Imperio, Austria, Suecia y el Papado. La guerra finalizó con la paz de Rvswick. La primera derrota seria de la política exterior de Luis XIV, que se vio obligado a ceder a España plazas en Cataluña. Flandes y Luxemburgo, mostrando así su interés por conseguir para los Borbones la sucesión al trono español.
Los años últimos del reinado de Carlos II estuvieron marcados por la locura del monarca, producto de las presiones políticas y las intrigas palaciegas, y por el problema sucesorio, como consecuencia de la inexistencia de hijos. Ante esta última cuestión se avivó una pugna por hacerse con el trono y con su herencia. En un principio, el candidato designado era José Fernando Maximiliano, hijo del elector de Baviera, pero éste falleció en 1699, y volvió a presentarse el problema de elegir entre el archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo y biznieto de Felipe III, y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y biznieto de Felipe IV. Esto provocó una contienda por la sucesión al trono español en la que intervinieron las principales potencias europeas. La Corte se dividió en dos bandos, por un lado la reina apoyaba al candidato austríaco, y por otro Carlos quien pensaba que sólo el apoyo de Francia podía asegurar la conservación de la monarquía en toda su integridad territorial. Todo esto le hizo decidirse por Felipe, y sin ceder a presiones mantuvo su elección hasta el final dejándolo por escrito el 2 de octubre de 1700 en el testamento que hizo un mes antes de su muerte.
Por tanto, Carlos II expiraba en Madrid, a la edad de cuarenta años, dejando un testamento sucesorio que provocaría una guerra, la guerra de sucesión que daría paso a una nueva dinastía en la monarquía de España, la de los Borbones.
FELIPE IV

Felipe IV (Valladolid, 1605 - Madrid, 1665), hijo de Felipe III y Margarita de Austria, reinó entre 1621 y 1665, tras el inesperado fallecimiento de su padre el 31 de marzo, recién cumplidos los 16 años. En 1608 juró como príncipe y futuro rey de España (concepto que incluía Portugal, con su extenso imperio). Desde los reyes visigodos solamente Felipe III y él mismo tenían tal título. Como heredero recibió una educación propia de su rango, mostrándose despierto en el aprendizaje del oficio real. Por los intereses de la monarquía se concertó su primer matrimonio con Isabel de Borbón (1615), a una edad muy temprana, con 10 y 12 años, respectivamente. En 1648 se casó con Mariana de Austria y de ambos matrimonios nacieron doce hijos, de los que solamente tres sobrevivieron: María Teresa (futura esposa del rey de Francia, Luis XIV, cuyo matrimonio permitió el acceso de los Borbones al Trono de España), Margarita Teresa y el futuro Carlos II. Además tuvo varios hijos naturales, siendo el más célebre Juan José de Austria (1629-1679), fruto de una relación con una conocida actriz, la comedianta Josefa Calderón.
El monarca fue un mecenas de las artes y las fiestas en la Corte, promoviendo la creación literaria, artística y teatral. Al igual que Felipe III, el monarca cedió los asuntos de Estado a la figura de los validos como favoritos reales, entre los que cabe destacar el Conde-Duque de Olivares (1621-1643), que intentaron acaparar las principales funciones del gobierno de la Monarquía. Los influyentes personajes de la Corte confiaban que el nuevo soberano llevaría a la monarquía hispánica a recuperar el prestigio y poder de tiempos pasados. Pronto se desvanecieron las expectativas ya que el monarca no se adaptó al modelo burócrata de Felipe II.
El reinado de Felipe IV, que intentó tener un carácter reformista, afrontó una recesión económica, con cuatro bancarrotas de la Real Hacienda (1627, 1647, 1656 y 1662). La crisis económica, que también se dejó sentir en Europa, tuvo una mayor repercusión en España por los elevados costes financieros de la política exterior que provocó una subida de impuestos, la retención de las remesas de metales preciosos de las Indias, la venta de juros y cargos públicos, revueltas contra el centralismo castellano,...
La agresiva política exterior de Olivares en Europa pretendía mantener la hegemonía española en el continente, y para ello no se escatimaron recursos contra los dos conflictos principales (las Provincias Unidas y Francia): Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621), rendición de Breda (1624-1625), Guerra de los Treinta Años (en apoyo de los Habsburgo austríacos), Guerra de Sucesión de Mantua (1629-1631), conflictos bélicos con Inglaterra y Francia,...
La política exterior del Conde-Duque tuvo repercusiones negativas en el ámbito nacional. Los reinos de la Corona de Aragón se rebelaron cuando se les reclamó una aportación para financiar las campañas europeas; en 1640, el Principado de Cataluña (los segadores congregados en Barcelona con motivo de la procesión del Corpus Christi se sublevaron y, tras asesinar al virrey, proclamaron la secesión de Cataluña) y Portugal se sublevaron contra Felipe IV, motines que produjeron la caída del Conde-Duque, sustituido por Luis de Haro. El Tratado de Westfalia (1648) reconoció la independencia de las Provincias Unidas mientras que por la Paz de los Pirineos (1659) España cedía a Francia el Rosellón, parte de Cerdaña y los Países Bajos.
En los últimos años del reinado, la Monarquía está sumida en una profunda recesión y crisis, en la que la autoridad real estaba cuestionada por amplios sectores sociales, además de las campañas militares contra Francia e Inglaterra. En el mismo año que muere Felipe IV (1665) se produce la derrota de España ante Portugal. Los 44 años de reinado de Felipe el Grande sellan la pérdida de la hegemonía española en Europa ante la indiferencia de una empobrecida población.
En el marco de los actos conmemorativos del IV centenario del nacimiento del monarca, la Real Academia de la Historia celebra en abril de 2005 un ciclo de conferencias, que han sido recopiladas en Felipe IV. El hombre y el reinado. Según su coordinador, José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, se ha pretendido revisar la personalidad y obra de Felipe IV frente a las ideas defendidas por los historiadores que califican este reinado bajo la denominación de «Austrias menores». Según Alcalá-Zamora, «pese a los errores y fracasos de la política de su reinado, éste fue uno de los más decisivos y, tal vez, el momento mayor de nuestra historia cultural. Si no aplausos entusiastas, la figura de Felipe IV sí merece interés y respeto, un rey contradictorio, al igual que la España que le tocó vivir, aquella España tan piadosa como pecadora, tan triunfante como anunciadora de su próximo declive, tuvo su reflejo en un monarca atractivo e inteligente, pero débil de carácter». No se debe olvidar que Felipe IV recibió una esmerada educación y su gran curiosidad le acercó a muchas ciencias y saberes, de ahí que formara una magnífica biblioteca, con varios millares de títulos. Además, también fue un gran coleccionista de pinturas, que con el paso del tiempo serían el núcleo del Museo del Prado. Todo ello hizo que Felipe IV fuera un generoso mecenas; así, las artes, las ciencias, las letras y la política fueron sus preocupaciones básicas durante el reinado.
FELIPE III
Nació el 14 de abril de 1578 en el Alcázar de Madrid siendo el último hijo sobreviviente de Felipe II y Ana de Austria, ya que fue el cuarto de los cinco hijos del cuarto matrimonio de Felipe II con la archiduquesa Ana de Austria.
A la muerte de su padre, en septiembre de 1598 ocuparía el trono de España y Portugal, ya que Felipe II consiguió la unidad ibérica en 1581 con la anexión de los territorios de Portugal a la corona española.
En abril de 1599 contrajo matrimonio con su prima Margarita de Austria, con la que tuvo ocho hijos.
Durante su reinado, el sistema de gobierno fue el mismo que el de los primeros Austrias, aunque pronto se sustituyó por el poder delegado en un valido, debido a la insuficiente capacidad del monarca. Así, desde el comienzo de su reinado, el monarca puso los asuntos de Estado en manos de su valido Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y, más tarde, duque de Lerma. Fue el primero de la serie de validos que rigieron los destinos de España a lo largo del s. XVIII.
Entre 1601 y 1606 la Corte se estableció en Valladolid.
Aunque continuó la política de hostilidad con los turcos otomanos, y se enfrentó a la enemistad habida con la República de Venecia y el ducado de Saboya, la política exterior de Felipe III se orientó hacia la pacificación.
En 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años con los Países Bajos, que representaba el reconocimiento oficial de la existencia de Holanda. Esta paz permitió al gobierno enfrentarse con el problema de los moriscos, cuya integración en la sociedad española se había hecho muy difícil tras las sublevaciones de las Alpujarras, siendo ese mismo año, 1609, cuando decidió su expulsión por motivos religiosos y de seguridad interior.
Pero este periodo de paz finalizó en 1618 al comenzar la guerra de los Treinta Años en la que España apoyó al emperador Fernando II de Austria contra el elector del Palatinado, Federico V.
También en 1618 y debido al deterioro de la situación política y la crisis económica Felipe III se vio obligado a sustituir a Lerma por su hijo, el duque de Uceda, pero limitándole en sus funciones y por tanto, restándole poder.
El reinado de Felipe III supuso el mantenimiento de la hegemonía española en el mundo, pero sus dificultades económicas y la cesión del gobierno a privados o validos predecía ya el declive del Imperio.
El 21 de marzo de 1621, atacado de fiebres y de erisipela, expiró Felipe III, a la edad de cuarenta y tres años y tras veintidós de reinado.
FELIPE II
Felipe II, el Prudente, nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527, hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal. Ya desde muy joven fue preparado para ser rey; de ello se encargaron Juan Martínez Silíceo y Juan de Zúñiga. Su padre también le educó y preparó en política y diplomática, dejándole como regente durante sus ausencias en 1543 y 1551.
Asumió el trono español tras la abdicación de Carlos I en 1556 y hasta 1598 gobernó el vastísimo imperio integrado por Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas.
Después de viajar por Italia, los Países Bajos y ser reconocido como sucesor regio en los Estados flamencos y por las Cortes castellanas, aragonesas y navarras, se dedicó plenamente a gobernar desde la Corte madrileña con gran empeño.
La monarquía de Felipe II se apoyaba en un gobierno de consejos, secretarios reales y una poderosa administración centralizada aunque las bancarrotas, las dificultades económicas y los problemas fiscales fueron las principales características del reinado.
Los problemas internos del reinado de Felipe II están marcados principalmente por dos hechos: la muerte en 1568 del príncipe heredero Carlos, que había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria promovida por parte de la nobleza contra Felipe. La figura del secretario Antonio Pérez fue muy notoria en el Gobierno hasta que fue destituido y acusado de corrupción.
En política exterior, el monarca se preocupó en mantener y proteger su Imperio; prueba de ello fueron los matrimonios que contrajo: se casó por primera vez con María de Portugal en 1543 y tras su muerte, con María I Tudor, reina de Inglaterra, en 1554. Su tercer matrimonio fue con la francesa Isabel de Valois en 1559 y al quedarse nuevamente viudo y sin herederos varones, se casó por cuarta vez, en 1570, con su sobrina Ana de Austria, madre del sucesor al trono español, Felipe III.
La unidad religiosa estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II, unidad de una fe que se veía amenazada por las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio Otomano se constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de Estados como Venecia, Génova y el Papado.
En 1565, a pesar de la victoria frente a los berberiscos en Malta, continuó la hostilidad con los otomanos. Don Juan de Austria, al mando de la flota naval, obtuvo una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en 1571. En el interior peninsular también se produjeron sublevaciones moriscas como, por ejemplo, en las Alpujarras granadinas.
Durante su reinado, Felipe II tuvo que afrontar numerosos conflictos externos: España luchó con Francia por el control de Nápoles y el Milanesado; y debido al elevado gasto económico de estas pugnas, pactaron la paz en Cateau-Cambrésis en 1559.
Las relaciones con Inglaterra y la lucha de ambos países por el control marítimo chocaron a partir de la muerte de la esposa de Felipe II, María Tudor. La hostilidad concluyó en 1588 con la derrota de la Armada Invencible, capitaneada por el duque de Medina-Sidonia, hecho que marcó el inicio del declive del poder naval español en el Atlántico.
Tampoco pudo solucionar el conflicto político-religioso generado en los Países Bajos. Ninguno de sus gobernadores consiguió mitigar la sublevación de los Estados Generales y la definitiva emancipación de Holanda, Zelanda y el resto de las Provincias Unidas.
A pesar de todos estos problemas, Felipe II logró un gran triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar. Completó la obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó la nobleza de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva al sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se codificaron leyes y se realizaron censos de población y riqueza económica.
CARLOS I
Carlos I de España y V de Alemania nació el 24 de febrero de 1500 en Gante. Era español por su madre Juana de Castilla y por sus abuelos Fernando e Isabel, los Reyes Católicos; alemán, por su abuelo paterno el emperador Maximiliano; borgoñón por su padre Felipe I el Hermoso y por su abuela María de Borgoña, esposa de Maximiliano I e hija de Carlos el Temerario.
De su educación se encargaron Margarita de Austria, su tía, y el cardenal Adriano de Utrech, quien en un futuro sería el Papa Adriano VI.
Cuando murió su padre, en 1506, recibió Holanda, Luxemburgo, Artois y el Franco Condado a lo que se añadiría Aragón, Navarra, Castilla, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, y los territorios ya conquistados en América que heredó a la muerte de su abuelo materno Fernando el Católico, en 1516. Además, en 1519, por parte de su abuelo paterno Maximiliano I obtuvo los territorios austríacos de los Habsburgo y fue elegido emperador de Alemania.
Así, Carlos fue rey de España de 1516 a 1556 y emperador de Alemania de 1519 a 1556.
Influido por el erasmismo en la primera etapa de su reinado, trató de hacer realidad el inicio de un imperio universal cristiano, pero para ello necesitaba el Milanesado como medio de unión de sus reinos. Lo consiguió en 1526, a través del Tratado de Madrid, y también el ducado de Borgoña al vencer en 1522 a Francisco I en Bicoca y en 1525 en Pavía. Pero el rey francés se alió con Clemente VII y los príncipes italianos independientes en la Liga de Cognac, declarando la guerra al emperador. La paz de Cambrai en 1529 resolvió la recuperación del ducado de Borgoña por Francisco I. Ante el problema religioso alemán mostró una actitud conciliadora, manifestada en la Dieta de Habsburgo, que fracasó por el radicalismo de los príncipes protestantes alemanes. Esta política imperial no fue bien entendida por los españoles y motivó el levantamiento de las Comunidades en Castilla, protagonizado por la pequeña aristocracia y burguesía de las ciudades.
La derrota de los comuneros tuvo lugar en 1521 en Villalar originando la alianza del emperador con la aristocracia latifundista y la progresiva pérdida de efectividad de las Cortes de Castilla. En Valencia y Mallorca la represión contra los elementos de las germanías que se dieron entre 1519 y 1523, en donde artesanos y burgueses en su mayoría, trajo consigo idénticos resultados. Las disidencias religiosas produjeron la crisis del erasmismo en la concepción política de Carlos I, quien se propuso dar una solución personal al problema religioso. Los príncipes alemanes que habían rechazado la Dieta de Augsburgo se unieron en la Liga de Esmalcalda, que se alió con Francisco I en 1832, y éste con el sultán turco Solimán el Magnífico. Carlos obligó a Solimán a levantar el cerco de Viena y tomó Túnez en 1535, pero no pudo evitar que Francia ocupase Saboya. Esta situación fue confirmada por la tregua de Niza en 1538, pero en 1541 los turcos se apoderaron de Budapest y Francisco I se enfrentó con el emperador; la paz de Crépy en 1544 puso fin a este conflicto, comprometiéndose Francia a romper la alianza con Turquía y a luchar por la unidad de los cristianos. El final del reinado del emperador estuvo impregnado por los problemas germánicos. Se enfrentó, venciéndolos, a los príncipes alemanes en Mühlberg en 1547, pero el nuevo rey francés, Enrique II se alió con la Liga de Esmalcalda. El desastre de Innsbruck en 1552, donde estuvo a punto de ser prendido, le obligó a negociar la Paz de Augsburgo en 1555, que reconocía la libertad religiosa en Alemania y significaba la renuncia del emperador a su ideal de la unidad religiosa del imperio. Por otro lado firmó con Enrique II, que se había apoderado de Metz. Toul y Verdun, la tregua de Vancelles.
Con Carlos, España conoció durante su reinado una etapa de máxima prosperidad económica; la colonización y conquista de América abrieron muchos mercados y la llegada de metales preciosos sirvió de impulso a todas las actividades económicas facilitando también las campañas bélicas del emperador, pero el alza constante de precios y la política imperialista, antieconómica, terminaron por arruinar las actividades económicas de Castilla y germinar una decadencia que se dejaría sentir a fines del siglo XVI.
Las continuas amenazas y la mala situación financiera hicieron que el emperador abdicara en Bruselas el 25 de octubre de 1555, dejando el imperio alemán y las propiedades de los Austrias en Alemania a su hermano Fernando. Al año siguiente cedería a su y hijo Felipe II, España y sus colonias, Italia y los Países Bajos. Después se retiró al monasterio de Yuste en Extremadura, donde murió el 21 de septiembre de 1558.
FELIPE I
El 22 de junio de 1478 nacía en Brujas, el archiduque Felipe, hijo del emperador alemán Maximiliano de Habsburgo y de María de Borgoña.
Felipe, conocido como el Hermoso se casó en 1496 con Juana La Loca, hija de Isabel I de Castilla y de Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos. A pesar de ser una boda política, Felipe y Juana se atrajeron desde el principio. Pero el matrimonio no impidió que Felipe frenase su afición a los devaneos amorosos, provocando los celos de Juana y los enfrentamientos por ello de la joven pareja.
Al morir la reina Isabel La Católica en 1504, su esposa Juana fue nombrada reina y propietaria de Castilla y León. A Felipe el matrimonio le había reportado la concesión de títulos nobiliarios, aun así deseaba tener más poder y pretendía hacerse con el gobierno que le pertenecía a su esposa. Para ello alegó su enajenación mental, pero en el testamento se decía que en el supuesto de la incapacidad de Juana para asumir sus funciones sería su padre Fernando quien lo hiciese. Desde este momento se produjeron enfrentamientos entre Felipe y su suegro Fernando por hacerse con la regencia.
Fernando tenía esperanzas de conservar el gobierno en nombre de su hija, pero la actitud de una parte de la nobleza castellana, que se acercó a Felipe -quien alegaba una supuesta locura de Juana para invalidarla de sus funciones y quedarse él como regente-, le obligó a retirarse a Aragón. Solamente regentaría la Corona desde abril hasta septiembre de 1506 ya que a principios de septiembre, Felipe, muy aficionado al deporte, bebió agua helada mientras jugaba un partido de pelota provocándole una fiebre de la que nunca se recuperó hasta que el día 25 de septiembre de 1506 fallecía, sospechándose que pudo haber sido envenenado, cosa que no se pudo probar. Un cortejo encabezado por la reina se trasladó hacia Granada, viajando siempre de noche y alejándose en lugares donde las mujeres no pudiesen tener contacto con el cortejo, lo que aumentó las noticias de la locura de doña Juana.